La tendencia a evitar o postergar aquellas decisiones o tareas desagradables, o que generan emociones negativas, puede tener consecuencias serias en el ámbito profesional.
Procrastinación. La palabra es poco conocida en castellano, y para algunos, hasta difícil de pronunciar. Pero el significado resulta familiar: se trata del acto de “dilatar, diferir, postergar o suspender tareas importantes dejándolas para más adelante”, según explican la socióloga Graciela Chiale y la psicóloga Gloria Husmann en su libro Procrastinación: el acto de postergarse en la vida (Ediciones del Nuevo Extremo).
Postergar una tarea o decisión que resulta desagradable es algo que tarde o temprano nos ocurre a todos. Pero cuando esa dilación se manifiesta con frecuencia, estamos ante un caso de procrastinación, que puede tener serias consecuencias en el negocio o la actividad profesional, ya que hay tareas que se terminan realizando a último momento, justo antes del plazo, bajo una gran presión. O lo que es peor, las cosas no se hacen nunca y se postergan hasta que ya es tarde y la realidad explota.
En situaciones extremas, la postergación constante puede estar ligada a trastornos de ansiedad, incluyendo pánico, estrés postraumático, fobia social, depresión, déficit de atención y trastorno obsesivo compulsivo. Pero en la mayoría de las personas, se trata simplemente de un mecanismo que permite aliviar momentáneamente la angustia o los miedos ante una tarea que genera emociones negativas. Por otra parte, hoy en día los estímulos para procrastinar se multiplican. Trabajar con una computadora presenta la tentación de entrar a Facebook, Twitter u otras redes sociales, o bien a sitios de juegos online. El uso de smartphones acentúa esta tendencia.
“Cuando algo se posterga, se dejan temas abiertos. Con el pasar del tiempo esos temas se transforman en una carga emocional intensa, con altos niveles de estrés y consecuencias en la salud”, explica la licenciada en psicología Flabia Vit.
Qué hacer
A continuación siguen una serie de consejos que pueden ser de utilidad para poner “manos a la obra”:
1. Romper la barrera inicial. El gran obstáculo es el minuto anterior a empezar a trabajar. Muchas personas, una vez que logran comenzar la tarea, la siguen hasta terminarla.
2. Establecer metas que sean específicas (no tan genéricas que no muevan a la acción), secuenciales, alcanzables (pero no tan ínfimas que no supongan progresos) y con plazos realistas.
3. Visualizar los logros deseados para vivirlos por anticipado.Recrear situaciones de forma intensa hace que nuestra mente se active como si realmente se hubieran producido los logros. Si somos optimistas y visualizamos activamente las metas, habremos dado un paso hacia ellas. Por el contrario, las imágenes negativas incrementan las posibilidades de fracaso.
4. Evitar los argumentos permisivos.Si decimos “por un día que me retrase, no pasa nada”, “falta un mes, tengo tiempo”, “entro a Facebook, pero sólo cinco minutos” o “ya es viernes, empiezo el lunes”, no nos estamos mirando en un espejo real. Por lo tanto, no daremos pasos hacia el cambio correcto.
5. Reconocer el problema. La mayoría de los procrastinadores no son conscientes de su situación, lo que hace que las cosas empeoren con el tiempo. Es necesario aceptar la realidad y, si hace falta, pedir ayuda. La asistencia puede ser de tipo profesional (un proceso de coaching, o simplemente contratar a alguien para que haga algo que a uno le cuesta) o psicológica. “Con la psicoterapia se trabaja sobre los aspectos emocionales como depresión, tristeza, miedos, angustia y demás emociones negativas que producen estas conductas de postergación. Lo que la persona no puede comprender a nivel racional, encuentra pleno sentido en el análisis terapéutico”, señala la licenciada Vit. Es importante acceder a redes de contención que califiquen los talentos personales, que ayuden a analizar las mejores opciones y que orienten al paciente a los cambios requeridos. “La psicoterapia permite comprender por qué se siente miedo ante algo o alguien y posibilita liberarlo, asumir riesgos calculados para enfrentar situaciones y dejar de postergar”, concluye.
Las causas de un mal hábito
Algunos de los factores que llevan a la postergación permanente son:
Angustia. Es necesario detectar la presencia de la angustia, porque ella es uno de los factores que hace que se eviten las decisiones importantes.
Miedo y/o inseguridad. Puede existir miedo al fracaso, al rechazo, a no estar a la altura de las expectativas, o a perder el afecto de los otros. O simplemente miedo al cambio. En estos casos, “la confianza y la autoestima de sentirse capaz se tiñe de muchos no; no puedo, no sirvo, no confío, no vale la pena”, señala la Lic. Vit. Cuandio la postergación es por miedo ante lo nuevo o ante un desafío, “la pregunta necesaria es: ¿qué tengo que saber, aprender o informarme antes de actuar?”, agrega.
Falta de motivación. Aquellas personas que están desmotivadas, pierden el interés por lo que hacen y por obtener resultados. “Caen en la idea de que todo da lo mismo”, dice Vit, quien sostiene que las personas altamente motivadas en su trabajo, por el contrario, “no suelen postergar los temas o decisiones. El continuo fluir de la motivación genera más motivación. La alegría, el buen humor y la creatividad generan un circuito funcional para el cumplimiento de metas y toma de decisión en el ámbito laboral”.