Cualquier plan destinado a combatir las causas de la inflación recién se podrá vislumbrar luego de las elecciones, cuando las promesas cedan terreno ante la realidad. Por Hernán Bagliero, Gerente General de Droguería del Sud
Desde el punto de vista económico, el camino hacia las elecciones de octubre se ha tornado un tanto turbulento y sinuoso. En julio comenzó una progresiva suba del dólar, que presionó sobre la inflación. Luego, hacia fines de agosto, el cierre de la negociación con el FMI dio un poco de aire a la economía local, que se beneficiará con una inyección de 7.500 millones de dólares. Pero el acuerdo implicó otra devaluación, que a su vez derivó en una serie de medidas económicas paliativas.
En este contexto, el Gobierno acordó un nuevo congelamiento de precios de los medicamentos con las principales entidades del sector. “Hemos llegado a un acuerdo en el que el Estado cede parte de impuestos y las empresas ceden parte de su rentabilidad, para que no haya más aumentos de medicamentos hasta el 31 de octubre”, expresó el comunicado oficial del Gobierno. En realidad, se trató de una nueva versión del compromiso acordado anteriormente entre la Secretaría de Comercio y los laboratorios, que vencía a fines de agosto.
Al cierre de esta edición, todavía quedaba por definir la “letra chica” del acuerdo. Por ejemplo, si los precios se congelarán a partir del momento en que se efectuó el anuncio, o si habrá una intención de retrotraerlos a los valores previos a la última devaluación.
Más allá de estas medidas típicas de los períodos preelectorales, hay una realidad innegable; el ganador de octubre solo podrá tener éxito en su gestión si desde el comienzo envía señales claras de que se comprometerá a reducir el gasto público, eliminar el déficit fiscal y reducir la presión tributaria.
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