En el ámbito laboral, tomar conciencia de las emociones propias y de quienes nos rodean y aprender a encauzarlas en forma positiva, puede mejorar notablemente la productividad.
De manera resumida, la inteligencia emocional consiste en aprender a utilizar las emociones a favor nuestro y a evitar que nos jueguen en contra. Es decir, se trata de tomar conciencia de las emociones propias y de las de los demás, para dirigirlas de manera ordenada y laboralmente productiva.
En el pasado, se pensaba que razón y emoción eran aspectos opuestos. Hoy se sabe que son complementarios, y que cuando actúan en dupla, el desempeño mejora notablemente.
“Las emociones aportan información”, señala la farmacéutica y coach Mónica Ortega. “El miedo te dice que estás en peligro; la tristeza, que has perdido algo importante, y la alegría, que has alcanzado una meta”. Desde ese punto de vista, son procesos organizadores, a los que es necesario prestar atención. Así comenzaremos a ver las emociones cómo lo que realmente son: una brújula, una guía que nos indica que algo importante está ocurriendo y que debemos tomar cartas en el asunto, pero no de manera impulsiva.
Si el titular o líder de una farmacia quiere mejorar la inteligencia emocional de su equipo, lo primero que debe hacer es incrementar la suya; esto generará un efecto de resonancia importante entre sus colaboradores.
Cómo pasar a la acción
El especialista Daniel Goleman, autor del best-seller Inteligencia emocional, marca un camino de cuatro pasos para avanzar sobre este terreno:
1. Tomar conciencia de las propias emociones. Identificar qué es lo que uno siente, y por qué. Muchas veces las emociones responden a cuestiones vinculadas con la propia infancia. La persona que de chica sintió que no era escuchada, puede sentir un gran enojo si se dirige a un colaborador y el mismo, mientras le habla, mira su teléfono celular. “En lugar de pensar en reprimir emociones negativas para ser sociable, hay que aprender a superar los sentimientos infantiles que las generan”, explica Ortega.
2. Manejar las propias emociones. Aprender técnicas de relajación o distensión para no actuar impulsivamente. Un método efectivo consiste en usar una palabra de alerta (¡Alto! ¡Basta! ¡Stop! o cualquier otra) cuando una emoción nos nubla el pensamiento, para detenerla y evitar que nos invada. Es fundamental tener en cuenta que ante un estímulo que genera emociones negativas, no hay que actuar ni decidir nada en el momento.
3. Tomar conciencia de las emociones de los demás. Es lo que se conoce como empatía: ver el mundo desde el marco emocional del otro. Ponerse en el lugar de los demás sirve para escucharlos con mayor atención, calificar lo que sienten y brindarles respuestas satisfactorias.
4. Influir sobre las emociones de los demás. Cuando se entiende lo que siente el otro y por qué, es más fácil ejercer sobre él una influencia positiva y un liderazgo transformador.