
En San Basilio -a 55 km de ciudad de Río Cuarto, en la provincia de Córdoba- Farmacia Martínez cumple 51 años de atención y cercanía, con un legado familiar que atraviesa generaciones y una historia que se sigue escribiendo con pasión y optimismo.
Raúl Martínez recuerda con nitidez aquel 1° de julio de 1974 cuando abrió las puertas de la primera farmacia, en plena conmoción por la muerte de Perón. “El cadete me preguntó si ese día se trabajaba”, rememora entre risas. Arrancó en una esquina alquilada, sin un peso de sobra, y con la meta de llegar a 50 pesos diarios para cubrir los gastos. “Con mi esposa Alicia contábamos las monedas para ver si alcanzaba”, dice.

“Los primeros tiempos fueron duros, pero el Rodrigazo tuvo una vuelta inesperada: terminamos pagando las deudas con monedas”, cuenta Raúl con una sonrisa. “Fue una etapa compleja, aunque nos ayudó a salir adelante”. Durante años sostuvieron el negocio con mucho esfuerzo y una convicción a toda prueba. “Nunca fui ambicioso de más”, confiesa Raúl. “Siempre prioricé la salud y la vida, y después, cuando pude, proyecté para el futuro de mis hijos”.
La familia ha sido el motor de esta historia. Con cuatro farmacéuticos y profesionales de la salud en el grupo familiar —Jimena, Benjamín y sus respectivas parejas— y un equipo comprometido, Farmacia Martínez sigue siendo un referente para la comunidad. “Hoy vengo algunas horas a la mañana y a la tarde”, cuenta Raúl, quien sigue encontrando motivación en el día a día. “Aunque el mostrador puede ser duro, porque la gente llega con problemas o dolores, poder ayudarlos y ver que salen con otro ánimo es muy gratificante”, reflexiona.

La atención personalizada es el sello de la casa. En un pueblo que pasó de tener dos farmacias a cinco, Farmacia Martínez mantiene su eslogan: “la mejor atención”. “Nos conocemos todos. Hay un lazo muy cercano”, afirma. Raúl comparte una anécdota del “karma” de las farmacias en pueblos chicos: las cuentas corrientes, la confianza mutua y el trato humano cuando una familia necesita medicamentos, aunque todavía no pueda pagar.
El vínculo con Droguería del Sud también marcó la historia. “Nos acompañan desde el principio, allá por 1974”, recuerda Raúl. “Hoy sigo compartiendo amistad con la gente que está al frente: Jorge, Mauro, Daniel, Noelia. Son eficientes, cálidos y serios”, destaca. Incluso recuerda con humor los premios que ganaron en los años del 1 a 1, desde un viaje a Saint Martin hasta un televisor.

El legado
Raúl tiene muy claro qué huella desea dejar: responsabilidad, seriedad, honestidad y compromiso con el paciente. “Una farmacia no es un lugar donde la gente viene contenta, viene porque le duele algo, porque está enferma. Nosotros somos el colchoncito para que salgan con otro ánimo”, reflexiona.
Su trayectoria también está marcada por la docencia. “Di clases de química durante 32 años, nunca falté, nunca expliqué un tema sin haberlo preparado antes”, cuenta con orgullo, ganándose el apodo de “el profe tizaso”. Ese compromiso inspiró a su hija Jimena a estudiar farmacia y a su hijo Benjamín a seguir su vocación en odontología. “Lo importante para los padres es que los hijos estén bien, y para ellos, que nosotros también estemos bien”, resume con sabiduría.
De cara al futuro, Raúl sueña con que Farmacia Martínez siga cumpliendo su función social, trabajando junto a la Droguería y otras farmacias en proyectos que fortalezcan la salud de la comunidad. Además, anhela seguir siendo parte de la farmacia, aunque sea unas horas, disfrutando del buen clima de trabajo que supieron construir con Lucas, Canela, Cecilia y el resto del equipo. “Me siento feliz. Hemos vivido con armonía, con optimismo, poniendo el lomo para salir adelante, siempre”, cierra con esperanza y gratitud.
