Desde el inicio de la pandemia, el Observatorio de Psicología Aplicada de la Universidad de Buenos Aires lleva a cabo un monitoreo permanente sobre cómo afecta la situación actual a la salud mental de los argentinos. Su balance realizado al cumplirse los primeros cien días del confinamiento obligatorio arrojó un incremento notable de síntomas como angustia, tristeza, preocupación y depresión.
El invierno acentuó el problema, al sumar un nuevo componente: el Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Dicha expresión fue acuñada en 1984 por el psiquiatra sudafricano Norman Rosenthal para referirse a ciertos síntomas depresivos que suelen irrumpir en el otoño y alcanzan su pico máximo en invierno.
Durante los meses más fríos, los niveles de serotonina (un neurotransmisor implicado en la regulación del estado de ánimo y la ansiedad) disminuyen por la menor exposición de la luz natural. A eso se suma una baja disponibilidad de vitamina D, involucrada en la síntesis de la serotonina. Cerca del 80% de los requerimientos de esta vitamina se obtienen por la exposición a la luz del sol, mientras que la alimentación da cuenta del 20% restante.
La suma de estos factores puede generar síntomas como pérdida de energía, sensación de cansancio o fatiga, aumento del sueño, disminución de la capacidad para concentrarse, sentimientos de tristeza o irritabilidad y aumento de la necesidad de consumir hidratos de carbono.
Desde la farmacia, se pueden recomendar distintos suplementos dietarios de venta libre destinados a proporcionar las vitaminas necesarias, brindar mayor energía, favorecer la concentración y levantar el estado de ánimo. Ante la evidencia de una problemática subyacente, conviene sugerir al paciente una consulta psicológica.
Más allá de eso, se pueden efectuar las siguientes recomendaciones: